H Y P E

Somos Pasión



Hay grietas del pasado que pueden marcar a una persona de tal manera que, tras veinticinco años, aún laceran y hieren como cuando sucedió por primera vez. Son llagas y pensamientos que merodean una mente atribulada que no puede descansar por más que lo intente. Por las noches, los sueños atormentan y mantienen crispada la poca serenidad que se intenta mantener. Eso, sumado a una sociedad corrupta que sólo busca intereses o caprichos personales puede ser el catalizador para que, después de tanto tiempo de tranquilidad un policía regrese a hurgar en su pasado y cerrar las puertas que dejó abiertas.

Benjamín Esposito es el protagonista de El Secreto de sus Ojos, una película de suspenso que mantiene la atención siempre alerta ya que el más pequeño descuido por parte del espectador puede perder una pista importante —tal cual debe estar un investigador, siempre en el momento y el lugar adecuado, porque son fracciones de segundo las que pueden tirarlo todo—. Esposito está a cargo de investigar un asesinato y violación. Mientas esta investigación se lleva a cabo comenzamos a ver los recovecos y lugares podridos de la política —tanto en Argentina como en México se ven las mismas cosas— ya que, por un intento burdo de protagonismo, un funcionario inculta a dos inocentes. Esto desemboca en una afrenta directa entre Benjamín y el funcionario —que poco después será el causante del alfiler que no deje en paz al protagonista—. La historia sigue un rumbo de tensión que, aparentemente, desemboca en un final “justo”: la captura del asesino. Sin embargo, es cuando la corrupción y la podredumbre de un sistema imperfecto actúan. El funcionario con el que Benjamín tuvo conflictos, en un acto orgulloso y de mero capricho, libera al culpable para fastidiar a Esposito y no sólo eso, sino que le da un cargo que lo hace intocable y le permite actuar como mejor le plazca.

Hay muchos motores que incitan a un hombre a actuar de una o diferentes formas. Responsabilidades, trabajo, compromiso, pero un motor que mueve al personaje, además de las ante mencionadas es  el amor. Es el mismo amor que motiva a Esposito a huir para salvar su vida, pero sobre todo, la de Iréne —quien es su jefa directa y de la cual está enamorado—.  Ambos corren peligro ya que el asesino busca retribución.

Vemos, entonces, a un Esposito perseverante —lo sucedido en el caso de la violación jamás abandona su cabeza, siempre se mantiene presente—. A veinticinco años que todo sucedió su manera de pelear contra el pasado es novelar todo lo sucedido y pedir la aprobación de aquellos que se vieron envueltos en toda esa situación.
            En la película se mezclan muchos elementos tanto de cine negro como del cine negro. Pero lo que argentiniza totalmente la película —y para mi lo que es un gran acierto— es la manera en que implantan el futbol en la trama. Toman, de forma adecuada, una pasión que en el mundo es gigante, pero en Argentina es total, una pasión que mueve masas y es un atentado contra la razón, es el deporte más popular del mundo —el futbol— el escenario perfecto para describir esto es un estadio de futbol que se ve retratado de manera magistral.


Es este discurso de la pasión el que define a toda la película. Un discurso que aparece en la segunda mitad es el que nos devela es el motor verdadero de todo: la pasión de Esposito por Iréne y a su vez por el caso de asesinato. La pasión de Pablo Sandoval —compañero y amigo de Benjamín— por la bebida, los tugurios y pleitos de borracho, la pasión del viudo —Ricardo Morales— por ver que la justicia se aplicara y, por último, la pasión del asesino por el Racing de Avellaneda, una pasión casi enfermiza por el futbol, la pasión que a todos, sin excepción alguna, vuelve vulnerables y los pone en la posición precisa para que alguien más tome provecho de dicha vulnerabilidad.

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