“Ya invité a Ingrid al cine y me dijo que sí quería ir, pero no a ver Batman porque le choca. En un principio pensé que no podía yo tener una novia a la que no le guste mi héroe.”
-Santiago Casi medio año-
Hay un estigma que carga toda la literatura —al menos en México— y es que la mayoría de la gente espera que el hecho de leer le deje un “mensaje”, una “enseñanza”, esperan que después de leer un libro, este simple hecho los hará “crecer”. Tienen la creencia que todo debería ser filosofía con cuchara tipo Paulo Coehlo o Carlos Cuauhtemoc Sánchez y sus enseñanzas. Este estigma sigue a toda la literatura, sin embargo, hay cierto género que no sólo carga con este estigma, sino que es peor la loza que deben soportar. Ese es el caso de los libros infantiles. Cuando se menciona el género infantil, de inmediato se enciende un chip el cual dice espera que haya una enseñanza didáctica al final de cada lectura. Hay una creencia popular extraña sobre que un libro infantil, más que literatura, debe ser como una clase de moralidad, educación cívica o algún sentimiento absurdo de esos.
Casi medio año de Mónica Brozon es mi libro infantil favorito. Narra la historia que vive en menos de seis meses (casi medio año) Santiago, un niño que cuenta —en un diario— historias extraordinarias, fantásticas y fabulosas, que podrían suceder a cualquier niño en cualquier parte del país: el trato con su hermana, sus amigos, la búsqueda por tener novia, reflexiona por la prematura muerte de su padre y se enfrenta a la dificultad de ver que su madre puede llegar a tener novio.
A manera de diario hace partícipe al lector de una etapa muy específica de su vida. Las reflexiones, dudas y preocupaciones que vemos son contadas con la velocidad y complejidad que existe en la cabeza de un niño que estudia el quinto año de primaria. Aventuras como experimentar irse de pinta de la escuela, jugar a la Ouija, viajar en el metro —enfrentándose a la decepción que éste no maneja el concepto de viaje redondo por boleto—.
Si bien Casi medio año es un libro recomendado para niños a partir de 9 años, la lectura es totalmente agradable y llena de recuerdos y regresiones a la infancia para los lectores adultos. Este es un libro que no es el clásico cuento infantil que todos esperan. No hay “moraleja” o la “gran enseñanza final”. Sin embargo, sí causa una excelente digresión al joven/adulto que lo lee y una identificación al niño que también lo hace.
Cada que me acerco a este libro no puedo evitar reír al sentirme identificado, en muchos aspectos, con Santiago: Haber pedido a una niña ser mi novia, jugar a policías y ladrones pero, sobre todo, el amor incondicional a Batman.
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